Por: Julio González Z., profesor Facultad de Derecho y Ciencias Políticas UdeA
«... Estamos frente a uno de los problemas sociales y políticos más graves que ha tenido el país en los últimos años. El sistema punitivo no puede tratar problemas sociales sino individualizar responsabilidades...»
No es un fenómeno nuevo. Seguramente hace parte de lo que algunos llaman populismo punitivo y otros creemos que también se puede denominar optimismo punitivo y que básicamente consiste en creer que todos los problemas se pueden resolver con el sistema penal. El paro nacional que estalló en el país hace ya más de un mes, parece que ha agudizado el fenómeno. Obviamente, el gobierno ha dispuesto todo el arsenal punitivo del Estado: el Esmad, el ejército, los fiscales, la Procuraduría y hasta “gentes de bien” ayudando a controlar los “vándalos”. Desde la “resistencia” también se sacan a relucir las armas que se tienen a la mano: denuncias penales y no solo ante las autoridades nacionales, sino que hasta se invoca la Corte Penal Internacional.
Nadie podría negar que se han cometido muchos hechos que perfectamente, desde una lectura dogmática, son delitos: homicidios, acompañados de graves sufrimientos de las víctimas, torturas, detenciones arbitrarias, desaparición forzada de personas, agresiones sexuales, mutilaciones corporales, abuso de funciones publicas, hurtos, daños en cosas ajenas y un largo etcétera. Demasiado dolor y muchas tragedias perdurables.
Creo, sin embargo, —y sé lo inoportuno de estas reflexiones—, que deberíamos dejar de lado, siquiera por un momento, el derecho penal. Sé que esto suena a utopía y no faltará quien diga que es una cobarde complicidad con los victimarios. Pero quisiera señalar algunas ideas que espero que rebajen esa carga de utopía y de una supuesta complicidad asquerosa con la barbarie, que en principio pudieran tener.
Estamos frente a uno de los problemas sociales y políticos más graves que ha tenido el país en los últimos años. El sistema punitivo no puede tratar problemas sociales sino individualizar responsabilidades. Como dice Mauricio Sánchez: “Al orientarse sobre el comportamiento de “autor culpable”, el sistema penal transforma la naturaleza del acto criminalizado que es convertido en acto aislado, mientras muchos acontecimientos pueden ser considerados como un eslabón de una cadena de acontecimientos: el acto tomado como “delito” es solo la interrupción de una relación compleja y prolongada entre los protagonistas; el “delito” puede ser solo un incidente en el contexto global de la relación entre dos sujetos”
Tampoco podemos olvidar que el sistema penal es básicamente una máquina de producir dolor inútilmente. Ya la sociedad colombiana tiene bastantes dolores. De hecho, las protestas sociales son una respuesta a los dolores que producen la inequidad social, la falta de oportunidades para la mayor parte de la población, la discriminación, la marginalidad, la imposibilidad de estudiar o trabajar para los jóvenes, en resumidas cuentas, a un “No futuro”, rememorando una parte del título de una película de hace algunas décadas.
No soy visionario y por lo tanto no me atrevo a hacer un pronóstico de lo que surgirá de este movimiento, que es uno de los más vigorosos que ha tenido el país en mucho tiempo. Lo que es claro es que representa un cuestionamiento muy fuerte a muchas de las cosas de este país: a la forma tradicional de hacer política, a la clase política, al modelo económico que ha sumido en la pobreza y en la desesperación a tantas personas y hasta sectores económicos enteros, a casi todas las instituciones, las relaciones sociales. —a través de movimientos que reivindican a las minorías étnicas, sexuales, a la inveterada discriminación contra las mujeres— y también otro largo etcétera.
No hay que desconocer que el sentido común y muchas personas de buena fe, creen que el sistema penal es el mecanismo por medio del cual la sociedad hace justicia. Con las enseñanzas de la criminología crítica nos quedó claro, al contrario, que es un sistema para producir y perpetuar las desigualdades, la discriminación y la selectividad en la sociedad. Y que inclusive, observando los más rigurosos estándares del debido proceso, es una aplicación de violencia, que aun cuando sea legítima, no dejará de ser violencia.
Como lo dijo hace mucho tiempo uno de los iuspenalistas más brillantes de nuestro tiempo: “La historia de las penas es sin duda más horrenda e infamante para la humanidad que la propia historia de los delitos, porque más despiadadas, y quizá más numerosas, que las violaciones producidas por los delitos han sido las producidas por las penas y porque mientras el delito suele ser una violencia ocasional y a veces impulsiva y obligada, la violencia infringida con la pena es siempre programada, consiente, organizada por muchos contra uno. Frente a la fabulada función de defensa social, no es arriesgado afirmar que el conjunto de las penas conminadas en la historia ha producido al género humano un coste de sangre, de vidas y de padecimientos incomparablemente superior al producido por la suma de todos los delitos” (Ferrajoli, 1995).
La pregunta que surge después de estas breves reflexiones, y que quisiera compartir en un momento en el cual parece que tantas cosas han ido cambiando y seguramente muchas lo seguirán haciendo, es ¿Cuál es el encanto del derecho penal, que parece soportar estos vendavales no sólo impertérrito, sino, que, al contrario, parece fortalecerse cada vez más? ¿Si las sociedades han podido reestructurar eso que Foucault llama sitios del gran encierro (hospitales, manicomios, fábricas, escuelas, conventos) porque seguimos aferrados a la prisión, el más siniestro espacio de todos esos?
Se me dirá, entonces, ¿qué propongo? Por ahora no tengo ninguna respuesta, pero sí la sospecha de que si este país logra superar esas crisis y las causas que la originaron, nos tendremos que sentar a deshacer los entuertos que cometimos y seguramente frente a muchos ellos tendremos que lamentarnos que sean irreparables, como las muertes, las desapariciones, la mutilaciones, muchas de ellas ocasionadas en el fragor de la lucha, pero de las secuelas de aplicar el sistema penal, nos tendremos que avergonzar para siempre, porque fue la producción de dolores deliberados y que con un poco de racionalidad, sabíamos de antemano que serían inútiles y fundamentalmente, contraproducentes.
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