De nuevo nos hallamos en la encrucijada. Por un lado, se encuentran las elecciones tendientes a la eficacia; esas que se sustentan en la razón científica y muestran un grado de coherencia máximo con respecto a determinado contexto.
Estas elecciones elevan o reducen cifras, se apoyan en los datos y, en esta época, salvan más vidas. Por otro lado, encontramos el costo inherente de esa eficacia; el sacrificio de la razón crítica y la anulación del individuo en favor del cumplimiento de unos objetivos.
Al día de hoy, la pandemia del COVID-19 ha obligado a todos los países del mundo a enfrentarse con la posibilidad real de miles de víctimas mortales y de muchas más víctimas por cuenta del colapso económico. Hemos presenciado cómo los dirigentes mundiales han tenido que suspender sus proyectos políticos y perseguir un único objetivo: el de superar la pandemia.
El filósofo surcoreano Byung Chul-Han describe, en su columna “La emergencia viral y el mundo de mañana”[1] publicada en el diario EL PAÍS, como, al parecer, China y otros países asiáticos han encontrado la fórmula para sobreponerse a los efectos del virus; el control total sobre sus ciudadanos basado en la tecnología de datos o Big Data.
Tal control ha llegado hasta un punto en el que el gobierno chino conoce la ubicación y los desplazamientos de los ciudadanos en todo momento. Sabe qué búsquedas realizan en internet, qué dicen y con quién se reúnen. Este tipo de control, según las cifras, ha resultado altamente eficaz en cuanto a salvar vidas y evitar una catástrofe que, en cambio, están viviendo ciudades occidentales como Nueva York y Guayaquil.
Ciertamente, la situación remite a 1984, la distopía de George Orwell, la cual, lejos de plantear un simple mundo ficticio, expuso las características propias de los estados autoritarios que predominaron a comienzos del siglo XX. En la obra se evidencia el riesgo de tomar el tipo de decisiones eficaces que, a simple vista, cumplen los supuestos objetivos de una nación: ganar la guerra, incrementar el desarrollo económico, evitar los estragos ocasionados por una pandemia, por mencionar algunos.
La metáfora del Gran Hermano representa el mecanismo privilegiado de aquellos estados que deciden, a toda costa, lograr algo valiéndose de excepciones a los derechos ciudadanos, ignorando la dignidad de cada individuo.
Y en todo caso, parece que el modelo chino brinda los mejores resultados. El Gran Hermano cumple y tan ejemplar es que vemos como el Alcalde de Medellín, Daniel Quintero, quien desde su campaña ya prometía el uso de la tecnología para gobernar, toma medidas de control valiéndose del suministro de datos por parte de los ciudadanos; suministro inicialmente obligatorio para empleados eximidos de la cuarentena.
El control de los ciudadanos en todas las formas posibles resulta ser, para el Alcalde de Medellín, la decisión más eficaz. Con todo, ni la eficacia de las medidas ni la buena voluntad de Quintero son suficientes para asegurar que en el futuro el remedio no resultará peor que la enfermedad. Ya nos prevenía Horkheimer en su ensayo La función social de la filosofía que “Los actos de individuos que, en la vida diaria, pasan con toda justicia por razonables y útiles, pueden resultar perjudiciales y hasta destructivos para la sociedad.”[2].
La historia, principalmente la del siglo XX, ha demostrado las consecuencias que pueden derivarse de gobernar de la forma más eficaz posible y olvidar con esto otros criterios como el de la dignidad humana. Recordemos los campos de concentración nazi o las explosiones en Hiroshima y Nagasaki, por mencionar algunos ejemplos.
No quiero decir con lo anterior que las medidas adoptadas por el alcalde de Medellín sean de igual proporción a las tomadas por los países asiáticos. Sin embargo, tanto el uno como los otros comparten el afán de cumplir, cueste lo que cueste, los objetivos gubernamentales impuestos por la crisis producida por el COVID-19.
Debemos recordar los riesgos que esta lógica supone. Las elecciones eficaces pueden ir en detrimento del individuo. En el ámbito sociopolítico, estas decisiones deberían ir siempre acompañadas de una profunda reflexión crítica que permita proteger al mundo del resurgimiento de autoritarismos, que nos proteja de una sociedad regida por el Gran Hermano.
No podemos darnos el lujo de que el miedo al virus o el pánico generado por las cifras, anulen la necesidad de reflexionar y debatir las decisiones de fondo tomadas por los gobernantes. Byung Chul-Han manifestó en su columna de EL PAÍS de España, con toda razón, el temor de que el modelo de control Chino se imponga como el más racional y eficaz, y advierte; “Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, cómo teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal.”.
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