Opinión: De patologías y contagios: la idea de la ausencia del estado durante la pandemia

Imagen tomada del editorial de la BBC DEL 22 de noviembre de 2029 de Daniel Pardo. “Paro nacional en Colombia: 3 factores inéditos que hicieron del 21 de noviembre un día histórico”. https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50520302
Imagen tomada del editorial de la BBC DEL 22 de noviembre de 2029
 de Daniel Pardo. “Paro nacional en Colombia: 3 factores
inéditos que hicierondel 21 de noviembre
un día histórico”. https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50520302 

Por: Camila Perez FailachEstudiante de décimo semestre de Derecho1


En medio de esta crisis me han surgido múltiples interrogantes frente a los sucesos que todos los días estamos viviendo como aparentemente nuevos. Sin duda, la rapidez con la que hemos experimentado tantas coyunturas en medio de esta crisis por la pandemia del COVID-19 ha generado que las reflexiones tengan que estar actualizándose a diario respecto a la velocidad con la que las decisiones se están tomando y las cosas ocurriendo.

 

No sin más, lo que entendemos por estado volvió a tomar un lugar preponderante en la opinión pública como en los círculos académicos, después de todo, ante la incertidumbre por la que hemos deambulado por estos meses, lo que llamamos estado, ha estado ahí como unificador tomando decisiones que la misma crisis ha “legitimado”. Sin embargo, esta imagen del estado como ente fuerte, hegemónico, unidireccional y patriarcal, se ha visto contrastada por la misma configuración de los tiempos en los que vivimos. La globalización y la eminente deslocalización de poderes que controlan las relaciones geopolíticas en el mundo, en definitiva, han mostrado cómo superan el poder de los estados como agentes individualizados. Aunque lo último nos lanzó a la vista el declive de poder de los estados frente a los poderes económicos, tecnológicos y financieros, ante el miedo generalizado que ha causado una pandemia y todas las implicaciones en la vida cotidiana que ésta ha tenido, al estado lo hemos visto como eso donde vamos a reconocernos y a esperar que se solucione la crisis.

 

Sin dudarlo, hubiera considerado la definición de la categoría estado para comenzar a hablar de ella, pero la definición de lo que entendemos por estado no puede atribuírsele a una categoría como cualquier otra, ésta en específico se reviste de complejidades no sólo teóricas sino hasta emotivas, por lo que comenzaría por pensar que el estado como institución omnipotente y centralizadora no es un fenómeno que precede a lo que lo que se considera como ciudadanía, sino que hay una relación de correspondencia entre lo que las individualidades desean que sea el estado y la manera cómo este se manifiesta2.

 

Nuestro deseo no es solo por el estado, sino por un tipo de estado con unas formas particularidades, las cuales son fáciles de visualizar ante los constantes reclamos frente a su accionar. La rabia que hemos visto entre finales del año pasado y el transcurso de este 2020 es muestra de ello, algo que me recuerda a Eng, citado por Lina Buchely (2012), cuando dice que: “la necesidad del estado parece ser entonces una depresión colectiva absolutamente fértil para la base política, que influye de manera directa en la relación que los ciudadanos construyen con el estado mismo” (2000 en Buchely, 2012, p. 143).


Con la crisis del coronavirus, sin duda, estos deseos se han exacerbado. La sensación de la necesidad absoluta de estado en sus manifestaciones más paternalistas y autoritarias se han puesto a la orden del día. Si bien es evidente que la crisis mundial ha determinado la urgencia de medidas para gestionar el aumento de contagios ante una reducida capacidad hospitalaria, lo que no parece tan evidente son las maneras en que los mismos ciudadanos han asumido al estado y el papel de ellos mismos ante este fenómeno.

 

Para acercarme a esto, quise tomar la experiencia de la profesora Lina Buchely, abogada e investigadora, en su trabajo “La melancolía del estado. Reflexiones desde el psicoanálisis aplicado” (2012) analizando el texto “Cartas de Batalla” de Valencia Villa. Si bien su ejercicio fue ambicioso, a partir de leerlo me surgieron algunas reflexiones relacionadas con lo que está sucediendo en medio de la pandemia. Buchely (2012) se propuso demostrar cómo en mucha de la literatura académica colombiana se han dedicado letras y letras a hablar de una supuesta “ausencia del estado”, y como esta idea puede ser identificada como una estructura patológica propuesta por el psicoanálisis como melancolía.

 

La estructura básica de melancolía tiene tres características: 1) se identifica algo ausente; 2) se lamenta y critica de manera excesiva esa ausencia; y 3) se califica esa ausencia como una culpa propia, derivada de una incapacidad latente o de una falta de suficiencia (Butler 1997 en Buchely 2012, p.138). Analizando lo que está sucediendo con la pandemia en el país, al imaginar esta primera característica mis pensamientos se dirigieron a la percepción que he tenido de los ciudadanos. Hay una sensación generalizada de que falta algo en el país, que falta “autoridad” que falta un estado autoritario capaz de controlar el comportamiento de todos los ciudadanos, un estado que, a través de solo la declaración de Estado de Emergencia, y con ello el decreto de los llamados aislamientos preventivos obligatorios, sea capaz de unificar el comportamiento de la gente y direccionarlo de una determinada forma para “gestionar” los contagios.

 

Sin embargo, bastó una semana de aislamiento preventivo obligatorio (o menos) para que “la ausencia del estado” volviera a nuestras conversaciones cotidianas, a la academia y a los medios de comunicación de una manera contundente. Con la realidad económica de la mayoría de la población en el país, era imposible sostener una cuarentena prolongada y a pesar de las directrices del estado, muchas personas tuvieron que volver a salir a las calles mientras aumentaban los contagios y las muertes. Posteriormente, el mismo estado fue flexibilizando el aislamiento preventivo obligatorio para posibilitar la activación de algunos sectores económicos ante la inminente recesión económica que se está gestan, ahí surgieron otros fenómenos.

 

El virus existía y las muertes seguían aumentando, pero el miedo primario parecía disiparse, el estado había restringido nuestras libertades para evitar los contagios, pero abría las puertas para que se siguiera trabajando, así que la impresión de ver más personas en la calle fue una especie de autorización para muchos a hacer cosas que se hacían antes del virus, pero obviamente sin que el estado se enterara de ello. Así todos los días se reportaban noticias de innumerables fiestas intervenidas por la policía en distintos lugares del país, las fincas repletas de gente, las fotos con tapabocas en todos lados, a la par de las noticias de las UCIs cada vez con menos capacidad para responder ante la emergencia. Con esto se exacerbaron las súplicas de la gente, las súplicas por represión y autoritarismo; había algo que faltaba en el país, quizás la “mano dura” de las autoridades para contener el flujo de las personas en la calle después de restringir libertades constitucionales, y así fueron aplaudidas y elogiadas las medidas de gobiernos regionales y locales de toques de queda, ley seca, militarización de algunas zonas y hasta cercos en los barrios. Sin embargo, fue evidente que esta demanda por el estado era una súplica por una aplicación bien diferenciada de la mano dura de este: mientras a los barrios marginalizados se les mandaba al ESMAD con su performance de abusos y violencia, a los barrios de clase alta llegaban patrullas de la policía con parlantes y música a distraer a la gente que “sí cumplía” con lo que mandaba el estado.

 

Algo estaba ausente, nuestro objeto perdido en esta crisis es un tipo de estado autoritario, hegemónico y unitario, un estado patriarcal. muy lejos de ser un estado de bienestar como podríamos pensar a simple vista por la súplica de garantías a los derechos. Con esto viene la segunda característica de esta patología, el lamento y la crítica ante esa ausencia. Por supuesto, ante el caos, la incertidumbre de todo lo que sucedía y las imágenes de descontrol, llegaron las críticas a las formas como el gobierno central estaba afrontando la crisis, incluso las críticas a las formas en las que los ciudadanos podían o querían llevar el aislamiento. Lo que me pareció más evidente fue la pugna entre el estado y los poderes locales, estos últimos ante las medidas de flexibilización que estaba tomando el gobierno en cabeza de Iván Duque respondieron en una especie de intento por llenar el “vacío de poder”: así se concentraron en dictar medidas altamente restrictivas en sus jurisdicciones, generando por parte del gobierno central múltiples reafirmaciones en un intento por demostrar que la toma de decisiones en el país venía solo “desde arriba”.

 

Es bastante particular que en la dinámica de esta especie de lamento y autocrítica, la ciudadanía asumiera que el aumento de los contagios era responsabilidad exclusiva de las personas, individualizando el problema y desplazando la responsabilidad al “mal comportamiento” de algunas personas, incluso hasta a la “desobediencia” como si la gestión de la pandemia debía girar en torno a la obediencia, el sometimiento y el control. Con esto sucedieron varias imágenes, altos funcionarios del gobierno utilizando el ejercicio de sus funciones para trasladarse con familia y todo en medio de la cuarentena, al estilo del Fiscal Barboza en San Andrés, cosa de la que se logró percibir bastante reproche social, pero incluso, cuando se trataba de la misma violación de la cuarentena por parte de otros ciudadanos, los “de a pie”, percibí que no solo existía ese reproche social, sino hasta rabia. Así, parecía que el vecino miraba con sospecha cualquier movimiento de puertas para fuera de la soberanía que representaba su casa. Se veía que nos estábamos inclinando a pensar que los contagiados de alguna manera se lo buscaron por irresponsables y por supuesto llegó una especie de moralidad de parte de los que sí podían estar cumpliendo la cuarentena como lo ordenaba el gobierno, una especie de envidia encubierta de moralidad por no poder estar haciendo lo mismo, tomando de excusa el “mal comportamiento” de los otros para sacar hasta el resentimiento de clase que muchos intentamos ocultar pero que está ahí en nuestro inconsciente social.

 

Con esto relaciono la última característica, calificar esa ausencia como una culpa propia, derivada de una incapacidad latente o de una falta de suficiencia. Ante la sensación de desorden, por el aumento de contagios y muertes, la “ausencia del estado” se empezó a atribuir a nuestra misma condición de ciudadanos, no éramos capaces de cumplir con las órdenes dictadas por este, mucho menos “hacer estado”, percibí un sentimiento entre la crítica común y la moralidad vacía, resumida en el tuit de Daniel Mendoza Leal, a propósito de la conmemoración de la independencia de Colombia de la Corona Española el 20 de julio de este año:

 

DELATOR (@ElQueLosDELATA): “Amo a mi patria. Es un concepto sagrado. La amo así me agreda cada día. Así me agarre a patadas y revuelque en sus miserias. La amo a pesar de su esquizofrenia. La amo como se ama a una mujer maltratadora. Sigo teniendo fe en que esta relación enfermiza habrá de cambiar algún día”. 20 de julio de 2020, 11:30 a.m., [Tuit] https://twitter.com/ElQueLosDELATA/status/1285250733819002882

 

¿Qué es lo que amamos realmente?, ¿qué hemos construido como “patria” los colombianos? y ¿por qué le atribuimos la ausencia, la crueldad y hasta la feminidad a lo que no percibimos del estado? o realmente esto no es ningún “amor” en los términos del creador de la controversial serie Matarife, sino más bien un lugar común en el que tanto dentro como por fuera de la academia nos hemos plantado; un lugar común que no dice nada más allá de sus propias palabras y que no nos deja entender lo que efectivamente sí es el estado, su manera de configurarse y reconfigurarse todo el tiempo y en distintos territorios.

 

Con esto último, le doy razón a Buchely (2012) y me es imposible no relacionar lo que ésta analizaba en su trabajo con todo lo que está sucediendo con la pandemia. Es indudable que ni la economía del país ni el sistema de salud y seguridad social estaban preparados para una crisis de esta magnitud, al igual que todos los países del mundo -claro que con mayor énfasis para los países que han desmotando sus sistema de salud público en el marco de la implementación de las medidas neoliberales, como Colombia-, sin embargo, enlazando esto con el análisis de lo que entendemos por estado, esta crisis exacerbó lugares comunes y repetitivos para describir al estado colombiano.

 

Es en esa dinámica donde la patología del estado se ama a sí misma y se vuelve indulgente y poco crítica frente a sus propias contradicciones. Es el narcisismo lo que impide a las intelligentsias ser conscientes del nocivo capricho de la ausencia del estado, de lo que puede producir, de lo que puede implicar insistir tercamente en que algo no está. (pág. 143)

 

Aquí encuentro el enlace con el fenómeno de la construcción del estado como un imaginario, a partir de la dualidad entre el deseo y ausencia, los ciudadanos configuramos la forma del estado. Así, la idea del estado vive en constante reconfiguración en torno a los mismos sucesos que atraviesan el país, de los cuales se desprende el deseo por la forma de estado en un momento específico.

 

Por estos días, el miedo, la incertidumbre y el no-futuro han determinado nuestros deseos frente al estado, su presencia omnipresente y salvadora ha sido nuestra exigencia ante la ausencia que aún no entendemos pero que pregonamos. Las preguntas ¿por qué necesitamos ese lugar común?, ¿por qué necesitamos esa imagen de estado que hemos configurado? Quizás tendrán que ser respondidas incluso partiendo desde la misma necesidad de seguridad la cual hemos clavado en el inconsciente colectivo a lo largo de la historia, quizás en ese sentido el estado sea un tranquilizante. El temor es que este estado de necesidad “farmacológico” por seguridad se prolongue en el tiempo, exacerbando nuestros deseos más inhumanos y en sacrificio de nuestras libertades ganadas con sangre y letra, configurando un estado a la medida de nuestras autoritarias3 exigencias.

 

 

Referencias bibliográficas:

Corrigan, P. & Sayer. D (2007). El Gran Arco: La formación del estado inglés como revolución cultural. En: María Lagos y Pamela Calla, Antropología del Estado. Cuadernos de Futuro 23, p. 39.

 

Buchely, L., (2012)., La melancolía y el estado. Reflexiones desde el psicoanálisis aplicado. Revista de Estudios Sociales No. 46 • ISSN 0123-885X • Bogotá, mayo - agosto de 2013, pp. 134-144.

 

Serje, M. (2012). El mito de la ausencia del Estado: la incorporación económica de las “zonas de frontera” en Colombia. Cahiers des Amériques latines, (71), pp. 95-117.

 

 

 

[1] No se usará la palabra Estado, con mayúscula, con la intención de desacralizarla y reconocerle su carácter mundano. Este texto fue presentado como trabajo final del curso Configuraciones locales del estado, de profundización en Ciencias Sociales y a cargo de la docente Carolina Peña Padierna

[2] Autores como Corrigan y Sayer (2007), Lina Buchely (2012) y Margarita Serje (2012) han descrito este fenómeno.

[3] Y neoliberales maneras. Una posibilidad de análisis interesante es cómo el deseo de estado ha sido configurado a partir de la experiencia del neoliberalismo y su lógica autoritaria, que ha servido, sobre todo, como una educación para nuestros afectos: del estado se espera represión no bienestar. Pero este no fue el objeto de este análisis, para esto vale revisar el trabajo de la filósofa Luciana Cadahia.

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