Opinión: Derechos en tiempos de pandemia


Por: Jose Luis González Jaramillo, profesor Facultad de Derecho y Ciencias Políticas UdeA

«... El confinamiento social es la única medicina que la ciencia nos ofrece como remedio a la pandemia. Lo inquietante es que este aislamiento no resuelve las necesidades de quienes no pueden mantenerse a distancia...»
El estado de excepción declarado durante meses por el gobierno de Iván Duque ha impuesto graves restricciones a los derechos fundamentales. La falta de avances médicos para enfrentar la pandemia generada por el COVID 19, los riegos de una expansión descontrolada del virus y un eventual colapso del sistema sanitario han sido las principales justificaciones.
Con esa decisión el principio de la separación de poderes, como en toda declaración de emergencia, ha quedado en suspenso.
El Estado ha legitimado sus decisiones aduciendo a la ciencia y los expertos, sin necesidad de utilizar complejas figuras retóricas.
En resumidas cuentas, se confina a millones de personas con el fin de evitar la congestión del sistema de salud. Se supone que el Estado ha promovido algunos paliativos para cubrir un atrasado sistema de seguridad social colombiano. Sin embargo, estamos lejos de alivianar las dificultades. El sistema de salud arrastra una crisis tan profunda y estructural, que lejos de ser excepcional, deviene en la regla.
Lo cierto es que el sistema de salud no lograría responder a la cantidad de contagiados que perfilan algunas propuestas de inmunización colectiva. Otra vez, como en otras epidemias y pandemias conocidas en la historia, estaremos a la espera de que la ciencia nos salve: una vacuna, un antivirus o un medicamento.
Por ahora es innegable que las restricciones a la libertad apuntan al mantenimiento de la salud pública: en tanto no se encuentre una solución médica, coartar la libertad se presenta como el mejor curativo posible. En medio de este caos de la vida cotidiana algunos sostienen que no es momento de preguntarnos por el lugar de los derechos fundamentales. No obstante, los derechos fundamentales no pueden obviarse. El origen y las finalidades legítimas de estas medidas requieren ser cuestionadas.
La comunidad en general ha coincidido con los científicos en la amenaza actual y en la necesidad del confinamiento para enfrentarla. Los “expertos”, por su parte, y con justificado desconocimiento de algunos de los efectos que produce esta pandemia, han postulado una suerte de sistema de higienización social en el suspendido Estado de Derecho.
De hecho, ese mismo desconocimiento me impide siquiera discutir la capacidad de afectación de este virus respecto de otros que ha resistido la humanidad. Tampoco me es posible analizar los efectos de inmunidad que el virus podría generar, si es que esa estrategia de gobierno llegara a implementarse. El solo hecho de que esta pandemia haya cobrado la vida de una persona es suficiente para entender la destrucción y el dolor humano que produce. Finalmente, tampoco pretendo entrar en el terreno de aquellos que desprecian totalmente el conocimiento científico y minimizan los efectos de este acontecimiento global.
En este momento, las recomendaciones científicas funcionan de soporte a las políticas institucionales. Ese por supuesto, no es un fenómeno nuevo. Los avances científicos han generado la modernización y profesionalización de los sistemas de salud pública. La preocupación inicial de dichos sistemas fue la de asegurar la capacidad de trabajo y por ende de producción. La salud ha sido pues una variable más de la macroeconomía.
El problema es que en la actualidad, la salud más que un servicio o un derecho, es una mercancía que ha reproducido las desigualdades existentes en nuestra sociedad. El confinamiento social es la única medicina que la ciencia nos ofrece como remedio a la pandemia. Lo inquietante es que este aislamiento no resuelve las necesidades de quienes no pueden mantenerse a distancia. En cuanto a pandemias se refiere, los sistemas médicos-
como advierte Foucault[i]- se han encargado históricamente de proponer cordones sanitarios a los pobres para evitar que las clases altas se contagiaran de sus epidemias.
El sistema de salud – y no solo el colombiano – ha operado de forma permanente en medio de la crisis. Preservar la vida de las personas a través de la cuarentena y el confinamiento no es nuevo. En el Decamerón, Giovanni Boccaccio nos cuenta como en el siglo XIV “todos se inclinaban a un remedio muy cruel como era esquivar y huir a los enfermos y a sus cosas; y haciéndolo, cada uno creía que conseguía la salud para el mismo”[ii].
Aún en el siglo XVIII, Foucault describe como el sistema de salud francés se activaba indistintamente a partir de reglamentos de urgencia. Protocolos que eran aplicados a la mínima evidencia de alguna epidemia. El plan era sencillo: las personas deben permanecer en su casa e incluso aisladas en su propia vivienda. Un sistema de salud basado únicamente en la inspección y vigilancia.[iii]
En el siglo XXI debemos entender que mientras no aparezca un avance científico y se hagan más efectivas las redes de interacción médica global, la única manera de salvar vidas es restringiendo nuestra libertad. Es decir, que la libertad, un objeto propio de las discusiones políticas y jurídicas ahora queda en manos de los científicos, que ni siquiera están de acuerdo en cuál debe ser la respuesta más efectiva.  
¿Y, entonces, cuál es el límite de la afectación a los derechos fundamentales? ¿Basta afirmar que lo recomendaron ciertos expertos para dar por hecha esa afectación sin más? ¿Entonces, el legislador, el que decide sobre la suerte de toda una comunidad, es una esquiva opinión médica?
Hasta ahora es claro que hemos sido despojados de algunos de los derechos fundamentales, por los consejos de los profesionales de la salud. ¿Se rehabilitarán nuestras libertades y derechos fundamentales después del Estado de Excepción? La historia de la medicina ha evidenciado que no existe un progreso médico que no haya provocado efectos colaterales y perdurables. La peste, la lepra, y otras pandemias, generaron instituciones sociales como la prisión.
La idea de que a unas personas había que separarlas de la sociedad para que esta pudiera funcionar adecuadamente. ¿Cuáles de las medidas que ahora se aceptan por la emergencia, se instalarán de una manera permanente? La ciencia –decía Sábato– es ajena a todo lo valioso para el ser humano: sus emociones, sus sentimientos y sus angustias respecto a la muerte[iv] y este es un serio peligro que tenemos ante nosotros.
Referencias 
[i] FOUCAULT, Michel. Medicina e historia: el pensamiento de Michel Foucault. Oficina Sanitaria Panamericana, 1978.
[ii] BOCCACCIO, Giovanni. Decamerón. Editorial Austral. 1999.
[iii] FOUCAULT, Michel. Medicina e historia: el pensamiento de Michel Foucault. Oficina Sanitaria Panamericana, 1978.
[iv] SÁBATO, Ernesto. Uno y el Universo, 1945. Barcelona, Seix Barral, 1998.

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