Sobre el artículo La rebelión de la pequeña burguesía de Héctor Abad Faciolince. Ni rebelión, ni pequeña burguesía



Por: Rafael Rubiano Muñoz

(Profesor Titular; Dr. C.S., Flacso-Argentina).
A propósito del artículo de opinión [1] de este reconocido y encumbrado escritor antioqueño, es obligado abrir el debate y en especial reflexionar sobre cómo se opina en nuestros contornos sobre la realidad nacional o continental. Las múltiples marchas, protestas y movilizaciones en el país han complejizado la realidad social y política, la fluidez y el dinamismo de la movilización social implica que se hace más difícil captar en conceptos, lenguajes, modelos o formas constitutivas del conocimiento, los nuevos escenarios políticos y resulta más exigente hacer comprensible esos entornos a diferentes auditorios o públicos masivos.



Sin embargo, no por ser difícil aprehender la naturaleza de lo político en términos de movilización en nuestros predios (o en otros lares del continente, por ejemplo), quienes opinan o escriben sobre esos eventos pueden (o son excusados) de su responsabilidad en el análisis y de otro lado, se les puede (debe) aceptar que opinen o escriban con generalidades, caigan en el simplismo o deriven en la vulgarización, actitudes del escritor que se presta a la deformación e incluso a interpretaciones fofas que rozan con las malas intenciones, o la mediocridad. Es inaudito que ello ocurra en escritores que no son de ocasión (ya curtidos) y por tal circunstancia es misión de la Universidad, particularmente de sus profesores o estudiantes, estar atentos y ser censores agudos (quiere decir, observadores atentos y perspicaces que confrontan con argumentos) frente a esta desnaturalización democrática de la información, que se puede comprender como la forma en que se corrompe la idea de la opinión libre y pública.

Ante la avalancha de opiniones y opinadores de momento y de ocasión, es indudable que es imposible alcanzar un equilibrio en la democracia, porque se crea esa corrupción de opinar por opinar o escribir por escribir, el de exponerse para aumentar las cifras de los lectores y de los auditorios. Si algo tiene de exigente la democracia, es la crítica, que como la concibió Voltaire en su Diccionario, es un arte y se hace sin prejuicios y sin envidia o resentimiento. Pero lo que Voltaire concibió parece no ser la actitud de Abad Faciolince.

Uno de los valores de la democracia es el disenso, y es ineludible que en este régimen (no así en las dictaduras, despotismos o toranís) confrontar o controvertir es la respiración normal de los ciudadanos, cualquiera, pero en Colombia, en su pervertida democracia se cae en la mutua complicidad del opinador y en la ceguera o sordera de ciertos ciudadanos. Esta complacencia produce un hábito y una actitud corriente, la censura. La censura es aquella que Elizabeth Noelle-Neumann, investigadora de los Mass Media, llamó la espiral del silencio[2], que se entiende en un doble sentido; por un lado es la actitud de autocensura que se comprende como la inhibición, es decir, el miedo del ciudadano en opinar de ciertos temas políticos por temor a ser señalado, vindicado, o incluso agredido con actitud burlesca, o ser sometido al escarnio por ignorancia o desinformación. El otro sentido, es opinar con las tendencias de las mayorías y en especial, opinar (muchas veces mal) siguiendo a quienes de modo circunstancial se colocan como los autorizados en los temas relevantes del momento, pueden ser, el cura del barrio, el periodista de noticiero, el columnista de un diario o revista hasta un locutor o futbolista, cuando no se siguen a actores o actrices de televisión.

A la idea de libertad de opinión y de expresión (sin algunos límites específicos), se la debe entender como una corrupción de los sistemas democráticos y es una (de entre muchas) de las tragedias de los liberales y los demócratas, porque no se pueden absolutizar las libertades, llegaríamos entonces, en sentido inverso, a los extremos de los conservadores rancios o de las derechas, siguiendo en esta perspectiva a autores como Isaiah Berlin o a Raymond Aron. Ahora, hay una actitud de la que no escapa Abad Faciolince y es aquella de opinar libremente – según él – pero deslizar entre sus líneas impresas, censuras soterradas con lindes inquisitoriales burdos y hasta amenazantes. Su censura velada es tan peligrosa como aquella otra que es despiadada y directa, (que no se han ido y estamos en la plenitud de la globalización) de la Iglesia, los Estados personalistas o de las castas militares y de ciertos caudillos que pululan en nuestro continente.

Obviamente los límites a la democracia han de colocarse en el sentido positivo y no negativo, no es restringir por la fuerza, sino más bien, colocar límites en lo ético y moral individual o colectiva cuando se opina. En una democracia de masas, la cantidad no se puede superponer a la calidad, irrestrictamente, pero esta idea, es entre otras, una de las miopías del artículo de Abad Faciolince, que donde él habla de movilización la tritura de modo adverso y allí donde el movimiento social hay que verlo como pluriclasista y con variados matices subjetivos, él la ve bajo una clase y peor aún, como no ve proletariado, la fustiga como una movilización de una clase (las clases medias, recién ascendidas y resentidas) según su entender.

Como se nota que Abad Faciolince no ha leído un solo libro sobre las clases medias en América Latina. Ahora el hecho de que sea la movilización social del país pluriclasista no le quita el peso de las demandas y exigencias proletarias, ya que es un nuevo proletariado, efecto de las políticas neoliberales que se han impuesto en el país desde 1991. ¿Un nuevo proletariado? De hecho, hay que advertirle a Abad Faciolince, no solamente aquí en el país, los nuevos inconformismos se reducen a luchas por mejores salarios y trabajo, también se involucran aspectos de la vida diaria que se ubican en lo cultural y en lo ambiental. Abad Faciolince podría para el caso al hablar de los nuevos movimientos sociales, leer algo del profesor norteamericano Immanuel Wallerstein, un experto e investigador quien ha escrito con profusión sobre los movimientos antisistémicos, aludiendo al entrecruzamiento de las clases sociales de la globalización y los nuevos movimientos sociales.


Ahora hay que recabar que la exigencia y las demandas de los nuevos movimientos sociales hoy, comulgan entre los inconformismos y las luchas que involucran demandas y exigencias por derechos y obviamente se dan en el terreno de las clases sociales, pero sus marchas, movilizaciones y protestas no se dan por rebelión como presume el increpado escritor Abad, esas movilizaciones se desbordan de la simple rebelión y asumen otras facetas y caras que son nuevas expresiones políticas, acuñando otras aspiraciones a las libertades y los derechos y obligaciones, eso lo sabemos los sociólogos y los polítólogos, leyendo a Marx, o Weber, a Tocqueville, o Mitchels, incluso hoy a Sartori y Bobbio, y desde ese análisis, es uno de los problemas contemporáneos a sortear con el análisis o la investigación, cuando se habla de los nuevos movimientos sociales.

Desde otra óptica, hay que decirlo tajantemente, el exhibicionismo o el espectáculo, así mismo, el de mostrar crudamente la realidad, trae igualmente otras formas de censura, porque, como muy bien lo analizó el sociólogo francés Pierre Bourdieu, al mostrar (ciertos fragmentos de la realidad) los medios televisivos, censuran, o lo que es lo mismo, exponen públicamente ciertas partes de la realidad, dejando de lado muchas otras realidades que pueden ser más significativas de lo que muestran.

Es por lo anterior necesario debatir sobre la información en su circulación y divulgación y ante todo sobre la función social de la opinión pública y las consecuencias de los opinadores. Hay que decir entonces, de una vez, que, lo que viene ocurriendo en el país es inadmisible en relación a la circulación de la información, más aún es gravoso si se conecta con el asunto sobre quienes opinan y fabrican la realidad social y política del país, mediante sus escritos, sus columnas e incluso sus editoriales. Es menester realzar que es muy notorio la irresponsabilidad y la falta de ética en lo que se divulga, o lo que se dice circunstancialmente, es más gravosa la situación cuando se sopesa como tema del día o el tema imprescindible en el foro público. Como lo analizaría en un libro sobre la democracia capitalista, Juan Ramón Capella[3], en el régimen democrático de las libertades para la opinión, el consumo y la elección de vida, hay amenazas y peligros que se ciernen y se van forjando los ciudadanos siervos, que en no pocas ocasiones son creados por los opinadores.

La democracia de masas es maleable por cuanto, en aras de garantizar la opinión democrática, se acepta que toda opinión es autorizable, legítima y válida (hágala quien la haga) y más aún, que los llamados a opinar políticamente en un diario, una revista, un noticiero (televisivo o radial) o las redes, son quienes han alcanzado alguna fama o reconocimiento, sin profesión y menos aún experticia en el estudio o la investigación de los temas políticos del mundo de hoy. Si Alexis de Tocqueville o Max Weber, los grandes sociólogos políticos de la era contemporánea tuviesen la oportunidad de ver o escuchar lo que sucede en Colombia con quienes opinan sobre los temas políticos de seguro no hubiesen escrito las obras que crearon en vida, hubiesen prescindido de ellas sin ambages.

Es inconcebible que ciertas personalidades públicas, por ser públicas (es decir están más susceptibles de exposición en el ámbito de lo público o ya son de reconocimiento por méritos algunos o por herencia) se ganen el título de analistas políticos y que se les rindan culto por sus - en no pocas ocasiones- arbitrarias opiniones que en (no pocos casos, se reitera) se divulgan pese a sus argumentos fofos, pobres y hasta reaccionarios y destructivos. Valga señalar entonces, que en las democracias, aquellas que son sólidas y consistentes, auténticas para mayor precisión, se celebra la libertad de opinión y el librepensamiento, se promulga el periodismo con calidad y ante todo, se sigue al escritor comprometido, quien se expone públicamente, opinando basado en principios y en raciocinios éticos, sosegadamente pensados y analizados. Habrá quién señale que es idealismo y utopía las pretensiones anteriores, de modo que se le debe responder, que precisamente, siguiendo a Ernst Bloch, lo corrosivo de la realidad, empuja a imaginarse una realidad diferente, mejor, más libre y perfeccionada.

El artículo de Abad Faciolince es un parapeto impreso que ni roza con la claridad y menos es responsable y ético con algunos conceptos que utiliza, por ejemplo, refiriéndose a lo que es la rebelión y la pequeña burguesía. Por el contrario, sus argumentos adolecen de un mínimo de conocimiento sobre ciertos problemas comunes de la sociología y la ciencia política. Por ejemplo, la vinculación que hace suponer las protestas en las calles con la rebelión (el abuso descarado con la mala interpretación que hace de Alexis de Tocqueville) y de otro lado, la relación que establece al decir que las marchas del país son constitutivas de la pequeña burguesía. Valga entonces decirlo con un ejemplo, en el año de 1944, los dos sociólogos alemanes Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, hablaron del mito de la ilustración y de cómo se mitifica la ilustración, en falsos profetas como en falsos ilustrados, es decir, en esos semi-ilustrados, que acomodan la ilustración para hacerse públicos y reconocidos sin incitar a sus auditorios o públicos a ilustrarse o a emanciparse, esa es la labor que viene cumpliendo Abad Faciolince con algunas de sus columnas escritas, en específico sobre asuntos políticos. Eso mismo adujo el filósofo Kant cuando analizó la ilustración, que se emprende por semi-ilustrados que buscan más bien esclavos o siervos, sordos y ciegos de mente.

Recordemos que el debate no es de hoy. En una polémica de 1899[4], los dos antioqueños Baldomero Sanín Cano y Rafael Uribe Uribe discutían sobre el papel del escritor en la sociedad colombiana y plantearon ambos los argumentos sobre ¿A quién debe obedecer el escritor y sus escritos? ¿Al público o a la conciencia? Ya en 1888[5], Sanín Cano se fundía en confrontación abierta contra el semidéspota Rafael Núñez quien fue defendido (el cartagenero) por el intransigente y tirano Miguel Antonio Caro. Pocos años después en 1906[6], el liberal de izquierda, Sanín Cano, en disputa con un escritor de Popayán que lo increpó, señalaba que no había un escritor más peligroso en el país (en Latinoamérica) como aquel que se ubica en el espectro de la mesocracia, quien es “quien no puede pensar por sí mismo y no ha creado nada, ni menos aún inventado nada; pero por otro lado, por su mediocridad precisamente, se agrupa y se vincula a una casta, comunidad o agremiación, para darse ínfulas de innovador, se escuda y se autoprotege, opina desde el esprit de corps, mediante el la autodefensa de un prestigio racial, clasista o de una asociación”, esos son los más peligrosos escritores, para sintetizarlo con Karl Krauss, “nada más peligroso que ideas grandes en mentes estrechas”.

Abad Faciolince cita a Tocqueville, aduciendo lectura y conocimiento de ese inigualable analista político, para darse autoridad intelectual (consiguiendo totalmente lo contrario, antes que enriquecer empobrece al letrado francés), y con lo indecoroso de la arrogancia del imitador mediocre, realiza (supone él), un análisis sociológico de las clases medias en Latinoamérica donde junta (sin ninguna consideración y menos sin ningún reparo, a Chávez con Bolsonaro), crasa recurrencia de un opinador de ocasión. En las actuales circunstancias del país, este tipo de artículos y de comentarios de opinión, antes que nutrir la democracia y la libre opinión en el país, lo que propicia es confusión y daña como el mismo Tocqueville analizó, por vicios (sin ninguna virtud) la democracia y los regímenes políticos que aspiran alcanzar los valores democráticos.

Como muy bien lo debatió el librepensador peruano Manuel González Prada, aludiendo a los periódicos y periodistas de su país, no solamente hay malos imitadores y mediocres, sino que esos mismos, hasta en su deplorable función de opinar, cumplen mal la función con que se ganan la adulación de las multitudes, porque al escribir no solamente vulgarizan, o generalizan, sino también deforman y manipulan, “con erudición superficial y de segunda mano […] sirviéndose de armas que no maneja bien, trata [n] de fulminar goles mortales”[7], se convierten en mercachifles de la opinión mayoritaria, enmascarando la libertad de opinión con ideologías encarceladas en actitudes conservadoras y de derecha. Al leer la columna de Abad Faciolince, eso que denunció González Prada se puede concebir en el distinguido escritor y periodista antioqueño.

El periodista Abad Faciolince, en su columna editorial del diario El Espectador, no solamente simplifica hasta lo absurdo la complejidad social de las clases medias, su papel en las actuales condiciones en América Latina, de igual manera de modo burdo cita a Alexis de Tocqueville, literalmente fusilando y pervirtiendo el legado que ese inagotable analista político tiene para la vida actual (sus obras son fundamentales para entender problemas como la democracia, la dictaduras, el populismo, el papel de las elites, los intelectuales, el liderazgo en las sociedades modernas y las masas, la opinión pública, la relación entre mayorías y minorías, entre muchos otros problemas, como el de la libertad y la censura, la relación expertos e intelectuales, en fin).

Las marchas, movilizaciones y protestas del país en los últimos meses y en lo que vendrá no se pueden congelar y cristalizar en una rebelión momentánea de las clases medias (que dice ser componen el movimiento social del país) y no se pueden encuadrar en una reacción política de consumistas que ven el peligro del “descenso social” y por ello su inconformismo. De otro lado, entre líneas pretende asegurar Abad Faciolince, son manifestaciones sociales de un hondo resentimiento, con lo cual, deteriora más su opinión en el análisis porque vulnera la realidad de esas manifestaciones y movilizaciones: ante todo la variedad de actores y sujetos que se encuentran en las calles, sus motivos y sus pretensiones, sus alcances y aspiraciones.

Enclaustrar la movilización social del país en esos términos es perverso y pérfido, es no ver la variedad de las subjetividades que concurren allí, por un lado, los movimientos sociales de hoy son pluriclasistas, de fondo lo que los une son la ingobernabilidad, la deslegitimidad de sus políticos, la crisis social y económica, la crisis medioambiental y planetaria, la corrupción entre otros. Abad Faciolince debe experimentar un problema de óptica social, al ver que la movilización social es rebelión, pero de seguro no alcanzó a leer autores fundamentales para distinguir entre rebelión y desobediencia, Max Horkheimer, Erich Fromm, Erich Hobsbawm, Barrington Moore, Herbert Marcuse entre otros. ¿Qué produce el inconformismo o la desobediencia? ¿Por qué en los sistemas democráticos capitalistas hay injusticias que se tienen por justas? ¿Y por qué hay quienes de esas injusticias que se tienen por justas consideran que es menester que hay que confrontarlas?

Lo que sucede en Colombia no es una rebelión (simple y llanamente), es la conformación de una generación política y de una ciudadanía activa y consciente, que marcha sobre los hombros de sus predecesores (de muchas décadas de luchas sociales y políticas en el país, desde María Cano e Ignacio Torres Giraldo y otros más) y es la síntesis del inconformismo que por décadas se manipuló con la dicotomía Farc-Ep. y Estado, guerrillas y Estado. Inconformismo, desobediencia, protesta y movilización, no se pueden sumir como lo expresa con maledicencia Abad Faciolince en una escueta rebelión.

En últimas asistimos a una confluencia de actores y sujetos, instituciones y mentalidades, que encuentran como punto común, primero décadas de desgobierno y falta de gobernanza, encuentran un país de derechos múltiples conculcados, de asesinatos de líderes por decenas que se convierten en centenas y de reinsertados, de falsos positivos que se han incrementado ahora desde el 2018 con el gobierno Duque, de corrupción desenfrenada, de fraudes en las obras de infraestructura, de una educación pública en declive, y de esperanzas y expectativas desechas y destruidas, sin ningún atisbo de esperanza.


[1] 1 Héctor Abad Faciolince. La rebelión de la pequeña burguesía. El Espectador, 12 de enero 2020.
[2] Elizabeth Noelle-Neumann. La espiral del silencio. Opinión pública, nuestra piel social. Barcelona: Paidós. 1995.
[3] 3 Juan Ramón Capella. Los ciudadanos siervos. Madrid: Trotta. 1993.
[4] Carta de Baldomero Sanín Cano a Rafael Uribe Uribe. “Otra carta literaria”. El Telegrama. 1890.
[5] Baldomero Sanín Cano. “Núñez, poeta”. El oficio del lector. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 1978.
[6] Sanín Cano, Baldomero. Notas. Carta a Arsecio Aragón. Revista Alpha. Nos. 8-9, Bogotá. Pp. 357-363.
[7] Manuel González Prada. Páginas libres-Hora de lucha. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 1976.

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